La Iguana
Mi participación visual en esta obra musical, responde a varios criterios. Uno de ellos es mi admiración a esta banda que en su momento tuvo el genio y la habilidad para fraguar cómo reparar heridas imposibles de sanar. La Iguana fue una de estas dosis letales de arte desapendejante, que de a poco nos sacó del letargo mortuorio en el que yacía amancebado nuestro instinto asesino con sus dispensas rentables.
El problema es que no queremos salir de ese lodazal, y por eso hasta la misma banda choca con el muro de sus propios traumas. El miedo con tufo a paranoia, es el combustible de esa llamarada de tusa que embadurna nuestros impulsos colectivos culturales, económicos y sociales. Es ese modelo de desarrollo el que nos caracteriza, así, en lugar de resolver los verdaderos problemas de fondo que originan la violencia estructural que nos identifica como salvadoreños, preferimos hoy, seguir bailando al ritmo de los delirios de un prestidigitador fascista que con trucos cínicos, siniestros y virulentos, pretende extirpar el meme y el gen tóxico que nutre la pulsión de muerte que consume a toda la población. La gente anhela que con ilusionismos coactivos y coercitivos él les extirpe el epigen marero que arrastran. Eso no sucederá, pues un leproso no cura a otro leproso. Una dictadura solo es peor que un remedo de democracia, porque aupa el uso del poder prepotente en lugar del imperio de la ley. Y aplaudirla sin juicio y sin medida, solo revela que nuestra naturaleza es intolerante y que estamos sedientos de esas mismas mieles embriagadoras, o manipuladoras, del poder sin contrapesos.
La dinámica política que ha determinado el triunfo celeste en las urnas, fue esa impuesta por la izquierda y la derecha que gobernaron y que estuvieron durante cincuenta años haciendo negocios y dinero, resultado de sus guerras de mesa sobre tableros ensangrentados. La agenda política que nos arropa desde hace décadas, ha sido, sigue y seguirá siendo autoritaria, pues gobernabilidad y democracia son beneficios que nunca hemos tenido. Con espejismos, es un reinado de violentos el que siempre nos proponen. De ahí que este nuevo circo totalitario, excesivo, caprichoso y unilateral, no es más que el reflejo de todo nuestro pasado reciente, solo que con la inopia emocional propia que la evolución de las redes sociales escupen en el ambiente.
El Poder, para poder conocerlo, manejarlo y ejecutarlo, exige tener dignidad y grandeza. Nosotros carecemos de esas cualidades.
Mi participación responde también a la necesidad de combatir con ideas, las derivas e injusticias sociales que afectan a la gran mayoría... La herencia que para bien o para mal, han determinado en mi vida los avatares de la clandestinidad y la militancia subversiva de Salvador Silis, mi papá, sigue marcando el ritmo a veces fúnebre, a veces orgánico que caracteriza mi trabajo. De él aprendí que soñar y luchar por un mundo mejor, es posible y absolutamente necesario. De él también aprendí, que poco importa la facción o territorio que defiendas, serán siempre los más vulnerables quienes sufran los horrores y miedos de un país mal gobernado.
Ahtzic Silis
Lyon, abril 2024
El disco diseño, fotografía & videos: Ahtzic Silis
El Altar
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LA IGUANA, por Vankiep Silis
Hoy día en El Salvador pronunciar la palabra mara es anatema; pero no siempre fue así.
Al inicio de cada uno de sus conciertos, el cantante de La Iguana le preguntaba a su público:
-Nosotros somos La Iguana y ¿ustedes quiénes son?
A lo cual todos respondíamos:
-¡La MARAIGUANA! O también, con su casi palabra homónima, ¡La Marihuana!
Cuando quiero desmenuzar en lo musical la obra artística de La Iguana, lo único que me queda claro es que se confeccionó con las sedas votivas del Rock. Al oírla surgen de ella, como atavismos tanto benditos como malditos, desde las delicias “soul” y el orto del rock de Rosetta Tharpe, hasta las megalomanías sonoras de Opeth. Pero ojo, porque no se trata de influencias musicales, sino que se refiere, sin dudar, al misterioso poder que reúnen los verdaderos marcos de referencia rockeros dentro de su historia, y, cuya estela de magia negra se desplaza en el espacio-tiempo desde que se tocaron sus primeros “riffs”. Pues todo esto esta ahí dentro, en el núcleo de las canciones de La Iguana.
El de La Iguana sí es rock del VERGÓN.
Se han escrito aforismos muy buenos sobre la singular naturaleza de la música. Y uno en particular, escrito por un rockero de la vieja escuela, Leonard Cohen, me encanta: ‘Somos feos, pero tenemos la música’. Yo tengo la música de La Iguana, y eso, como humano, me hace menos feo. Y usted ¿qué música tiene?. Cohen escribió en los años 50, puta, hace ya bastante, un poemario llamado ‘Comparemos Mitologías’. Y los poemas de este libro, él, de vez en cuando, también los cantaba o los recitaba “rockeando”. El título del libro es muy sugerente, porque reduce a un concepto, el del mito, todo lo que el humano es capaz de conocer. Mi visión del mundo es un mito, pero la tuya también, entonces comparémoslas, sin ínfulas ni soberbia; aunque al final, como ya sabemos, somos feos, así que algo de vanidad quedará siempre. Es inevitable.
La Iguana es parte de mis mitos. Me gustaría que también fuera parte de los tuyos. Quizás ya lo es. Un mito puede ser un completo embuste, un limbo de definiciones arbitrarias, una desastrosa tomadura de pelo, una macana con la que te apalean sin dejarte en el cuerpo ni un tan solo morete, o mera basura y escombros para soterrarte el alma. Yo, en cambio, prefiero pensar que, de nuevo gracias a la poesía, como escribió un señor anacoluto que me simpatiza mucho, Maurice Blanchot, el verdadero mito consiste ‘en el progreso imposible hacia ese lugar donde el universo y el corazón que desea, se convierten en una sola cosa’. El mito siempre será algo irrealizable, eso no lo niego, pero si aceptás su realidad, también te puede acercar a ese lugar donde deberían estar reunidas, al momento de pensar en él, todas las fuerzas que sí importan.
No recuerdo cómo ni cuándo comenzó a gustarme la poesía de Roque Dalton, pero me he acostumbrado a decir que ocurrió al percatarme de la estupenda talla del arte hecho en El Salvador, mientras que, a la vez, me despercudía del empecinamiento de sentir que era algo corriente y muy pequeño. El mito de que el arte hecho en este país es intrascendente, dejó de ser interesante para mí desde hace mucho. Mi poema favorito de Dalton, para efectos de hablar de la música, se titula ‘Vals’. Él acaba ese poema, después de travesear con su genial sarcasmo los misterios angélicos de la música, diciendo: ‘Y mi alma será sana/para unos cuantos años más’.
La música es sanadora. En esto no hay sarcasmo. Este mito, también lo hago mío. La insana música de La Iguana, sana.
A mí, que nací en los años 70, el mito musical de La Iguana es algo que me llevó a mirar de frente la contienda de insensibilización que seguía librando dentro de mí después de firmados los acuerdos de paz. Espero nunca comerme la mierda de llamar conflicto armado a lo que pasó en este país, que, de cabo a rabo, fue una jodida guerra, atroz y perversa como solo ellas pueden serlo. A la paz nunca la vas a llamar ‘avenencia desarmada’. Sería una idiotez.
No soy historiador, ni por asomo, pero a la historia uno se puede asomar para aprender muchas cosas. Y por supuesto que mitos acerca de qué es la historia o cómo se estudia, abundan. Esto lo digo porque en El Salvador no solemos apoyar a nuestros artistas, y no hablo de las condecoraciones meritísimas por los logros de vida de nuestros creadores, que al final son solo gestos condescendientes del poder político hacía su quehacer, sino que hablo de la querencia o la pasión que brota del sitio donde la mente, el cuerpo y el corazón del ciudadano de a pie se fusionan, para así permitirse sentir el gozo que produce el arte. Este tipo de apoyo pesa más. Y esto, según yo, tiene explicaciones. El Salvadoreño no es insensible, pero sí lo han insensibilizado con alevosa insolencia: en El Puntero Apuntado Con Apuntes Breves, ese manual de instrucciones escrito por el opresor hace unos 400 años, para sacar provecho del arte maravilloso de extraer de la yerba xiquilite, uno de los hermosos tintes con el que los indios (como nos llamaron) teñían y daban color a sus telas, pues, los imperiosos urdieron que si le hablaban al labriego y al operario en “Coplitas”, estos iban a memorizar mejor sus tareas y por ende realizarlas como era debido, pero a la vez, los hacendados y oficiales que también las aprendían, con ello tenían una forma práctica de controlar, vigilar y castigar al que no acataba la ordenanza encubierta de música en dichos poemitas. Así, cualquiera le va perdiendo el gusto al “arte oficial”. De gota en gota se rebalsa el vaso. Y si a esto se añade el resto de las groseras formas de explotación a las que sometían al que de verdad trabajaba la tierra para extraer de ella sus frutos, y a partir de estos algunos de sus objetos más primorosos, pues te va quedando claro que del arte no se vive, sino que se malvive. El arte se vuelve algo sospechoso, violento y criminal.
¿Cómo conocí a la Iguana? La respuesta a eso no es un continuo de hechos y recuerdos infalsificable, al contrario es un laberinto trazado en un jardín de memorias entre marchitas y floridas. Ahora, de lo que sí estoy un poco más seguro es de que a cada uno de sus miembros los conocí antes de que la banda se uniera. Al cantante lo ubiqué en conciertos de música rock, donde él era un espectador más, aunque siempre llamaba la atención porque hacía de las graderías un segundo escenario gracias a su sentido del humor y carisma; el bajista estudió en el mismo colegio al que yo asistí, y como la música rock era un santo y seña entre los que disfrutábamos de ella, supe por comentarios de mis compañeros que él era buen músico y que además le gustaba el rockón; al baterista lo escuché tocar en un par de bandas de jazz, donde el género no era en sí lo que me hacía gravitar alrededor de ese musicón, pero si notaba como él se rodeaba de otros intérpretes virtuosos para hacer ‘bulla’; por último, al guitarrista lo descubrí porque tocaba en PIG (Post Industrial Garbage), que, de todo lo ocurrido musicalmente en aquellos años, fue la banda con la que mis amigos y yo nos enteramos de que sí estaba pasando algo en El Salvador, más allá del Rockers Club o de las pantallas de MTV, eso para los que sí tenían cable; porque yo solo podía verlo tarde en la noche cuando la señal de la televisión por satélite se sintonizaba decodificada, aunque solo fuera a medias. Logística y materialmente hacíamos todo lo posible por asistir a sus conciertos, o sea, nos íbamos caminando hasta donde nos habían contado que habría un “toque” de PIG y, al estar allá, si había que pagar por verlos pues nos rebuscabamos para colarnos. No teníamos carro ni tampoco dinero. Moraleja: El Salvador es un tortilla partida en cuatro.
Volviendo al tema de cómo me enteré de que existía una banda llamada La Iguana, pues intuyo que fue mi hermano el que me contó acerca de ellos. El cantante era ya amigo suyo en aquellos días. El primer concierto en vivo de La Iguana al que pude asistir, no recuerdo cuándo ocurrió, pero sé que fue en La Luna, Casa y Arte, donde ubico el recuerdo más desopilante y trastornado, así como el más enfocado y de unión con esta realidad que tengo sobre ellos.
El año 1997 ha sido hablando musicalmente, el que imprimió en mi subconsciente las experiencias de música en vivo más gratificantes que he tenido. En el 97 asistí a un vergo de conciertos memorables, tanto de bandas nacionales como foráneas, y casi siempre dentro del vasto género musical rockero, pero fue en los conciertos de La Iguana, y en tres más, uno en La Luna, otro en la universidad de El Salvador y finalmente en la Plaza Gerardo Barrios, que reunieron cada uno a las mismas tres bandas: ¡Tchkung!, Bay of Pigs y Ricanstruction, donde encontré en la música eso de lo que he venido hablando a tientas, o sea, la hierofanía del mito. Pretender que esto suene a rebuscamiento retórico o entendimiento del universo sayayin, no es mi intención, sino que busco compartir lo que yo viví, usando la menor cantidad posible de palabras, aunque sean raras, pero con la capacidad de enunciar lo que para mí ya era un fenómeno inmenso: los golpes, los alaridos, los saltos, la rotunda inercia de ola-color de furia que formaba la MARAIGUANA, las letras de las canciones que salían de la boca de todos disparadas como piedras y usando el alma como hondilla, los estasis, los éxtasis, el agotamiento, pues todo ello era la ablución y el sacrifico por medio de los cuales se manifestaba en el “pit”, no un dios impostor de fábulas y saqueador de riquezas, sino la dignidad y la ira inherente al contenido de las letras sobre resistencia y música rebelde que compuso esa banda de culto llamada La Iguana.
Bienvenidos a mi mito. Úneteme al recuerdo de esa violencia que heredada, se transformaba en ceremonia.
Cuando La Iguana sacó su demo, mi hermano participó en la creación de los artes para la funda; en aquellos años lo hizo para la cubierta de un casete. La portada de ese casete tiene impresa la imagen de una de sus esculturas, y debajo de ella un arreglo de palaras con las cuales se puede jugar con el afán de encontrar en sus combinaciones, la pista de lo que escucharás a la hora de darle PLAY al walkman, la casetera, el multicomponente o la grabadora (solo los anti-millenials entenderán qué putas estoy diciendo). Las tres palabras que se pueden armar con el rompecabezas de vocablos en dicha portada son: Demoledor, Democrático, Demoníaco.
Demoledor: porque la destrucción es la fundación de la existencia, y en el engarce de palabras y sonidos que La Iguana creó, nos acercan el catálogo de idiosincrasias, miedos y cómodas falsedades que sirven de colchón desvencijado en el cual descansan nuestras creencias; y que tal vez ya es hora de quemarlo para adquirir uno nuevo.
Democrático: porque aceptar que en El Salvador después de casi doscientos años, aún no logramos dejar atrás y superar a las estúpidas dictaduras y oligarquías, manteniéndolas en la picota de nuestras inficiones, requirió de una banda subterránea como La Iguana para decir con energía, coraje y poesía: voy a cantar y a musicalizar esa realidad idiota y absurda; pues eso requirió tener unas grandes y democráticas agallas.
Demoníaco: porque si bien los demonios son un espacio negativo en nuestra psique inconsciente con el cual es tan amable intentar fusionarse (aunque esto casi nunca pase), yo creo o encuentro más coherente, como dijo la famosa junguiana Mary Harding, que es verdaderamente liberador buscar el método para que esos demonios despiadados y de sangre fría, que gobiernan con impunidad y autonomía partes de nuestra psique, puedan transformarse en un tipo diferente de espíritu. Estas regiones del “alma” donde el Diablo se instala, fueron colonizadas con ayuda de la crianza, el entorno o la misma herencia que llevamos a cuestas. No obstante, romper sus límites es posible mas exige, a menudo, de un puño colosal, como el de los ángeles de Baudelaire. La música de la Iguana es lo menos angélico que puedo imaginar, sin embargo, es un coloso que ayuda a liberarte de estas magias endemoniadas. Dios en estos menesteres es solamente un espectador.
Mi mito de La Iguana es explosivo, soberano y ensalmo.
Mi casete de La Iguana fue torturado hasta el martirio en los cabezales de mi equipo de sonido. El audio confinado en aquel artefacto que hacia las veces de un talismán, no tenía mucho truco. Como dice un amigo punketo: ‘todo truco tiene su magia, pero la magia no está en el truco’. Así es como oír el casete de La Iguana, que carecía de un proceso decente de grabación, aún te permitía sentir, pensar e intuir que sus sonoros poderes indecentes no sucumbían ante una magra grabación, pero sobre todo que no morirían atrapados en aquel trozo de plástico, símbolo de un mundo en plena agonía.
El casete de La Iguana es real, pero el mito que encierra es la constelación de sucesos que lo llevaron a sonar hasta la alegre glotonería, tanto en la radio nacional como en el minicomponente de mi mamá. Este mito hay que revivirlo.
Me enteré hace poco que La Iguana grabó de nuevo toda su música, o al menos la que yo conozco. Mi hermano me hizo llegar estos formidables y nuevos audios, y me participó del proyecto que tienen los músicos que conformaron La Iguana, de lanzar su disco pero ya en toda regla. La música ya se encuentra disponible en la red para su compra. A mi criterio, la parte visionaria de este nuevo proyecto musical consiste en que se intenta distribuir este material no solo en formato digital, sino además en formato de disco de vinilo: ese objeto es intemporal y nos conecta a muchos de nosotros, a los vestigios de un mundo que creíamos desaparecido. A partir de esto surgió el acuerdo con mi hermano de llamar a este álbum con el nombre de uno de sus proyectos artísticos: ‘De Rodillas, el legado sin Gloria’.
De Rodillas… este proyecto nació en el 2016 y todavía recuerdo bien la ocasión en que leí vía correo, las ideas de mi hermano con respecto al mismo. Si hay algo esencial a la base del planteamiento estético y artístico de esta iniciativa, pues me atrevería a decir que éste es, en realidad, bicéfalo: por un lado asume la necesaria participación de todo aquel que cuestione lo sucedido en la sociedad salvadoreña, que, en el lapso de tiempo que lleva navegando por un mar de traumas con la carta náutica de su putativa autodeterminación como guía, no ha podido hallar otra ‘isla desierta’ (excepto durante el episodio que enmarca la firma de los acuerdos de paz), que le ofrezca un descanso y la ilusión de que la deriva no es su condición natural. Un haitiano me lo dijo una vez: la condición del salvadoreño es la deriva. Me cayó mal pero no andaba tan perdido. Y por el otro impone al arte como resistencia y no como refugio. RESISTIENDO, lo mejor que puede pasarte es, como lo dedujo muy bien Herbert Marcuse, soportar la ‘tolerancia represiva’ del fascista de turno; mientras lo peor es sucumbir al proceso inflamatorio masivo, que puede resultar si el censurador decide, desde su púlpito de gatillos y balas, atacar tu sistema moral inmune con infatuada violencia. REFUGIÁNDOTE, todo se resume a navegar las dificultades con actitud táctica de evasión y adulterio. Resistir se parece a lo que Roberto Armijo pensaba del poeta, que sobre él decía: ‘Te niegas a comprender porque el cordero ama el hocico de la fiera’.
En aquel correo que mi hermano me envió, me hacia notar que “el ganguerismo” político mantiene a la población salvadoreña en un cautiverio intelectual y económico que, llevado al paroxismo, nos obliga a preferir que corra la sangre en nuestras calles, a redefinir lo nacional y crear identidad cultural. Señalaba que sin importar a qué nos dediquemos para sobrevivir, debemos resistirnos a poner nuestra cabeza en la trompa de esta fiera. Los mitos auto-exaltan nuestras glorias, pero ¿qué ocurre cuando tu propio mito las erosiona?
Por todo lo anterior, hallo totalmente apropiado que el álbum de La Iguana mude el pellejo y pase de llamarse: Demo/-ledor/-crático/-níaco, y se recubra de nueva piel para titularse: 20 años de rodillas, un legado sin Gloria.
El mito impoluto de La Iguana, por justas y bellas que sean sus Glorias, debe caer como un Satanás sonriente pero atormentado; la leyenda que crearon debe afrontar lo qué ocurre cuando, como dijo Theodor Adorno, todas las constelaciones se ponen de cabeza, consciente de que al mirar la historia desde el ahora, ella se satura de tensiones. No es algo baladí hacer autocrítica sobre el porqué una de las mejores bandas de rock de El Salvador abandonó la escena musical, a sus seguidores, pero sobre todo al espacio estratégico, tanto material como simbólico, que permitían que sus planteamientos anti-totalitarios y sus ricas ideas musicales se convirtieran en el eco de todo un pueblo y en legado universal.
Sin ser gratuito, pegarle el sopapo al mito de La Iguana es mi catarsis discrecional. Por algo ellos también cayeron de rodillas en el fluir de los desencuentros entre sus miembros, sus taras psíquicas y sus desaprobaciones mutuas. Perdieron de vista la meta. Sin embargo es preciso decir que su música encastra muy bien en la filosofía del proyecto ‘De Rodillas’, porque sin tapujos cuestionaron de una forma sagaz la normalidad con la cual a cinco años de los acuerdos de paz, ya renqueaba el filón creativo, el impulso de reforma y el anhelo de transformación, que por un par de años sí pudo creer la sociedad salvadoreña después de firmados aquellos acuerdos.
El significado último de una liturgia consiste en dominar, pero sin violencia, el aura de destrucción que climatiza todo sitio en el que dos se reúnen en nombre del creador. Los músicos de La Iguana lograron emular lo que ya muchas gemas auto-iluminadas del rock alcanzaron: a partir de un cierto agar nutritivo de convicciones comunes, consumaron la correlación perfecta entre la letra y música de sus canciones. Y este sigilo sonoro que forma cada una de sus canciones, es la piedra de toque para practicar decentemente cualquier liturgia, aun las más paganas. Pero es gracias a esta cooperación entre elementos patentes y recónditos, que La Iguana narra, desde su perspectiva política, económica y cultural, cómo se articulan las bases ideológicas y materiales que nos mantienen “de rodillas”. Se puede disentir de la forma en que La Iguana analizó la realidad y sintetizó líricamente sus observaciones, pero lo que tanto refresca y a la vez desafía de su sigiloso mensaje, es la manera desacomplejada y brusca de desmitificar el paradigma de las libertades que nos han venido enchutando sin criterio desde hace doscientos años. Sin Dios, sin Unión, sin Libertad, esos son los hechos.
En una de las páginas web de mi hermano pude disfrutar y examinar los ‘artes’ que ha diseñado como propuesta para el aparato visual del que consta el long play de La Iguana (así los llama mi mamá, aún muy contenta, a los discos de vinilo). Lo más lógico que puedo decir es que se acerquen al sitio web, y se complazcan con las imágenes que mi hermano creó y adecuó para darle un rostro al espíritu de cada canción y un cuerpo al concepto y la prédica musical de La Iguana. El proyecto me encanta, porque además de buscar producir un objeto-arte que regocije la mirada y exalte otros sentidos, también aspira a entregar a la sociedad una manufactura de la industria cultural, bien diseñada, agradable, lúdicamente útil y sobre todo que amplíe el acervo pedagógico nacional, creador de valor patrimonial. En una de las piezas de arte que componen el estuche para este disco, resalta la imagen de una persona erguida, de espaldas, mirando un lugar entre el horizonte y el cielo de rojo-negro frente a él. Es una composición hecha de sombras y coágulos. Captura mi atención pues evoca, tanto lo raro, brutal, carcunda, escandalosa y moralina que es la sociedad, como lo suspicaz de nuestra molicie ciudadana; frente a los cuales las críticas lanzadas desde cada canción y cada visual entrelazadas con fuerza en este proyecto, se topan con el silencio como respuesta elocuente y premeditada de sus receptores. Pero la misma imagen de fuego y sangre, me transmite la necesidad de buscar una forma de conjurar en estos diálogos, la compulsión, el conformismo y barbarie de estos interlocutores mudos, algo psicópatas, neuróticos y con ínfulas de redentores. ¿Cómo lograrlo? Pues para comenzar dejando de estar de Rodillas.
La portada del disco es una iguana, y de todo lo que puedo decir sobre ellas, se me ocurren dos cosas. Uno, que gobernaban, mucho antes que los gatos, los tejados y los techos de las casas en El Salvador; y dos, que los mayas y su sorprendente pero aparatosa obsesión con las fechas, datan el nacimiento exacto de la iguana, asociada a una divinidad. Para nuestros pueblos originales, las iguanas eran una gran cosa. Recuerdo haber visto iguanas espléndidas y cholotonas asoleándose en el techo de la casa de mi abuelita; también rememoro la ocasión en que una amiga me mostró a la iguana, tal como aparece en el códice tro-cortesiano, que ella ha estudiado con devoción toda su vida. La portada del disco de La Iguana, tendrá la tercera imagen más hermosa que he visto de una iguana, después de la real y la del glifo. Así de genial es.
Yo quiero uno de esos discos. Este mito de vinilo debe pasar de crudo a estar cocido, porque si no terminará podrido; y en el olvido. Participemos de esta iniciativa. La maraiguana tenemos que ayudar a cocinar todo esto.
Tengo una imagen relampagueante de que el último concierto de La Iguana al que asistí, fue en un Guana-Rock. Obviamente no sabía que ese sería el final. Quizás por eso, cuando me enteré de la disolución de la banda, me lancé a la búsqueda de ese momento irrepetible que según yo era el culmen de un concierto vergón de ellos. No me costó mucho dar con ese tiempo puntual y vehemente, cuando al terminar el ‘set’ la mara pedía que tocaran otra rola y ellos se echaban Eco-ilógica. Puta, esa mierda me hacía olvidar todo el molesto cansancio y lograba que pusiera el contador en cero de nuevo. Eso era hechicería.
Ir con mis cheros a un concierto de La Iguana y al volver a casa seguir conectados con la fuente de lo que nos hace amar la vida y a los vivos, es algo que, supongo, cada uno experimentó a su manera, pero que, a la vez, nos elevó a todos a ese único sistema de vasta consciencia que nos rodea.
Gracias Iguana.
San Salvador, mayo 2020